Cuando permanecemos inmóviles, nos dejamos arrastrar inermes por el motor de un mundo a la deriva.

En este impuesto paradigma en el que vivimos, se está instaurando peligrosamente la opción de que todo debe ser construido por otros. Tanto es así que la idea de que las máquinas lleguen a hacer todos nuestros trabajos, no está mal vista… Tanto es así que es mejor que las máquinas trabajen, mientras nosotros somos meros espectadores.

Se construye así la idea de una sociedad perfecta, en la que no se necesita nada. Se alimenta constantemente la idea de que todo es perfecto.

Para conseguir esa perfección se han creado necesidades artificiales. Realmente no son necesidades propias de cada individuo, son necesidades globales e innecesarias.

La vida
debe ser imperfecta,
y
como todas las cosas imperfectas
nunca
están acabadas.

Únicamente contemplativos

El hecho de tratar a la vida como algo meramente contemplativo, únicamente generará episodios de la negación del ser.

Cuando
los horizontes
son paisajes pintados,
los colores
dejan de ser
partes fusionadas al alma.

El simple hecho de no necesitar nada nos llevará al tedio, al aburrimiento. Así dejaremos paulatinamente de crecer para detener nuestra evolución como seres raramente únicos.

El anhelo por crecer se concentra principalmente en nuestras etapas primigenias, posteriormente las personas tienden a un decoroso estancamiento.

Cuando nos estancamos, también detenemos el latido insoldable del alma.

Cuando el alma no se alimenta, dejamos de ser sociales.

El motor del deseo

Realmente vivimos cuando nos desafiamos.

No obstante, para desafiarnos tenemos que desear algo.

Todo radica en el deseo.

Según la Cábala: el deseo es el motor del universo.

La cantidad de Luz que revelamos en el mundo depende directamente de la fuerza de nuestro Deseo de Recibir la Luz del Creador: cuanto mayor sea nuestro deseo, mayor será la Luz que podremos revelar.

El deseo
crea la luz
en un universo sombrío,
y
que se destruye
cruelmente
en cada nuevo amanecer.

Las personas somos deseos permanentes, pero cuando estos deseos son únicamente materiales se destruyen los pilares de la realidad.

La realidad
es aquello
que únicamente uno mismo
puede transformar.

La realidad es moldeable, ya que nuestros horizontes nacen diariamente ante la pasividad de nuestra mirada. Aprender a mirar da un sentido a nuestras vidas.

Sólo cuando aprendemos
a mirar,
aprendemos
a mirarnos.

Mirarnos y desear cada horizonte

Una vez nos hemos mirado y contemplado desde nuestro acrisolado interior, podemos enfocarnos en un horizonte.

Conquistar un horizonte nos hará ser un deseo permanente. Dejaremos de ser pereza para ser vida.

Comenzaremos a construir una pirámide en que lo material únicamente ocupe los peldaños más próximos a lo terrenal. Ascender cada pequeño peldaño dará un sentido a un tiempo sin rumbo, y sin la subjetividad de los miedos.

Cuando todo gira en torno a luces y promesas de neón, y nos alejamos de esa luz hábilmente manipulada: comenzamos a sentir el atroz miedo de la soledad.

Cuando nos alejamos de las luces que engullen a la sociedad, nos sentimos indefensos ante la vida.

Nimios cambios, constantes deseos

La vida es caótica y azarosa, debemos estar predispuestos a mejorar nuestra capacidad de adaptación.

Cuando vamos conquistando horizontes, nuestros miedos van desapareciendo gradualmente.

Estamos confeccionados para sentir alegría. No estamos confeccionados para ser felices.

Ser feliz
es una ilusión tremendamente
lacónica y sucinta.

Cuando damos sentido a nuestra vida, aportando diariamente nimios cambios a nuestros hábitos: vamos avanzando férreamente hacia el futuro.

Un placer plano

Una mala interpretación de esa realidad adicionada a la ausencia de valores, nos han llevado a la nulidad del ser humano.

Se ambiciona sólo lo material. Existe una ambición desmedida por una vida placentera, cómoda, y fácil. Esta ambición por el placer anodino, oculta el verdadero gozo de la vida

A disfrutar también se aprende, como todo lo que genera placer. Cuando el placer es un sentir plano, dicho placer es únicamente un hábito.

Los hábitos
que
no alimentan el alma,
son pasos
que conllevan
gradualmente
al cansancio del ser.

Un laberinto de nadas

El cansancio es una consecuencia de la falta de rumbos. Cuando no existen rumbos, las personas imitan rumbos. Y, en esa imitación: su vida se pierde en un laberinto de nadas.

Cuando se vive en un laberinto de nadas, todo lo ajeno es envidiado por la ausencia de un simple horizonte.

La desesperación vacía los corazones, hasta tal punto de entrar en conflicto con el mundo.

Cuando se entra en conflicto con el mundo, comienza la destrucción del alma.

La destrucción
del alma,
es
la construcción
del mal.

Corazones vacíos

Una nueva ola de odio se vuelve a extender gradualmente por el mundo, y se debe a la sequía generada por un radical individualismo.

Los sentimientos nos colman de vida.

Todo lo lleno es vida,
todo lo vacío
únicamente
está falto de latidos.

Destruir únicamente genera vacíos.

Cuando se vive para el egoísmo, se vive en la destrucción.

Cuando se destruye el alma, se vacía el ser.

Cuando estamos colmados de vida, nuestro corazón está colmado a su vez de presentes.

“El odio,
sólo puede albergarse
en corazones vacíos”.

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