He querido titular a esta charla: una sociedad detenida. Si ustedes van paseando por la calle, y se fijan en los transeúntes: todo en ellos fluye rápido. Todo es raudo, nada se detiene, y por ende todo pasa inadvertido.

Cuando
todo fluye raudo,
todo a nuestro alrededor
permanece constante.

Las últimas décadas y los estímulos

Si ustedes viajan en su imaginario unas décadas atrás, verán que el acceso a estímulos era muy limitado.

Todo era mucho más limitado: el ocio, el cine, la música,… Era una oferta que a fecha de hoy sería ridícula.

Pero, cuando compraban un disco con sus ahorros de un mes, apreciaban cada uno de sus temas. Y, ese interés, era un interés que no caducaba por muchas veces que escuchara un determinado single.

Ahora, la música en cierta medida es de «usar y tirar». No es por la amplia oferta como pueden pensar, es por la avalancha de estímulos.

La avalancha de estímulos hace que no podamos concentrarnos en lo que estamos haciendo.

Cuando dejamos de ser presente,
todo se detiene.

El presente como arma

Cuando todo está detenido,
el presente
no es tiempo,
es pausa.

Al vivir en un mundo «sobre-estimulado» en lo que todo es gratis, nada se valora.

La valoración de lo que uno posee es la pieza angular de la felicidad. Cuando se hace un balance de lo que uno posee, se puede prefijar un destino.

No obstante, cuando nuestros estímulos habitan en las imágenes de otros: nuestras metas serán de otros, por lo cual las nuestras serán inexistentes.

Cuando nos enfocamos en todo lo que nos rodea, comenzaremos a ser un punto en una galaxia que sutilmente nos hará rotar.

El presente
es el único reloj
que
marca las horas.

Nuestras limitaciones

La única forma de alcanzar metas es analizar nuestras limitaciones.

Una observación desde dentro nos hará conocernos.

En esa exploración identificaremos nuestras limitaciones. Escapar de nuestras limitaciones nos hará alcanzar nuestro máximo potencial.

En nuestro máximo potencial, los destinos se abrirán espontáneos y los caminos dejarán de ser cruelmente anodinos.

Para explorar nuestras limitaciones, no únicamente debemos conocernos… Lo más importante es que debemos aceptarnos.

En la sociedad «sobre-estimulada» se acentúan los defectos por una feroz necesidad de ser aceptado.

Aquí radica el principal error de la nueva juventud: el dejar de aceptarse, para ser aceptados por los fatuos dogmas de la sociedad.

Obviamente, cuando la sociedad está gobernada por la falta de talento y esfuerzo, lo extraordinario carece de valor.

Ser extraordinario

El hecho de ser extraordinario en esta nueva sociedad es altamente complejo.

Debido a los estímulos incesantes, todo parece que ya está construido. Pero, realmente en estos tiempos ya nada se construye, únicamente se maquilla.

Si ustedes observan los últimos avances que disponen en sus hogares, pensarán que todo avanza a ritmos descomunales.

Pero, eso no es cierto. Lo que realmente avanza es una tecnología predispuesta para el ocio.

Cuando una sociedad tiene como meta el ocio está abocada a un horizonte sin amanecer.

Cuando no existen retos, tanto nuestro cerebro como nuestro cuerpo: son inermes observadores.

Una tecnología que nos hace aceptar un destino

Cuando se sumergen profundamente en el mundo de las tecnologías, todo orbita en torno a otros.

Cuando
no somos
dueños del presente,
seremos
presos del futuro.

Todo lo futuro se construye en el presente. Nuestras limitaciones nos abocan a un destino.

Nuestro destino no tiene por qué ser único. Podemos ser dueños de varios destinos. Para poder ser dueños de varios destinos, debemos aislarnos dentro de nosotros mismos.

El sesgo de confirmación

El sesgo de confirmación es un tipo de sesgo cognitivo que se manifiesta en nuestra vida mental cuando buscamos, interpretamos y recordamos información que confirman nuestras hipótesis y las expectativas que hemos generado a partir de ellas.

La información a la que accedemos o que construimos para confirmar nuestra posición pretende también resguardarnos de la sensación de inseguridad.

Aquí radica el problema de la sociedad actual, en confirmarse constantemente mediante estímulos.

Al estar rodeados de estímulos altamente tóxicos, nos resguardamos en nosotros mismos: llegando a ser individuos completamente inseguros.

En una sociedad en la que se evitan todo tipo de amenazas, se aísla al individuo en grupos: no en sí mismos.

Si una persona se refugiara en sí misma, buscaría rápidamente soluciones a las amenazas.

Las creencias son un lastre para el crecimiento

Cuando nuestras creencias son férreas, y nunca las cuestionamos, jamás llegaremos a evolucionar como individuos.

Obviamente, cuestionar nuestro sistema de creencias nos haría avanzar de una manera mucho más segura, pero también mucho más lenta.

Las prisas inventadas en este presente nos hacen tener un sistema de creencias incompleto, y con ello seremos un lastre para nosotros mismos.

La falta del cuestionamiento, la falta de espíritu crítico corresponde a generaciones en las que no se tenía acceso a la cultura.

Será, también, que la cultura es algo cuestionable, y dirigido desde nuestra más tierna infancia.

En un mundo globalizado,
no se pueden globalizar
las creencias.

Protegemos nuestra autoestima

Un ejemplo claro de la protección de la autoestima es la subida constante de fotografías en las redes sociales. Estas fotografías están ampliamente estudiadas, y retocan un presente para así poder ser confirmadas por los seguidores.

Si cualquiera de ustedes subiera una fotografía de las desechadas, serían presas del pánico.

Y, es que estamos circundados por un sistema de creencias inexpugnable.

La disonancia cognitiva: la salvación

El psicólogo social Leon Festinger sugirió que los individuos tienen una fuerte necesidad de que sus creencias, actitudes y su conducta sean coherentes entre sí, evitando contradicciones entre estos elementos.

Cuando existe inconsistencia entre éstas, el conflicto conduce a la falta de armonía de las ideas mantenidas por la persona, algo que en muchas ocasiones genera malestar.

Los seres humanos somos poseedores de una naturaleza contradictoria. Esta naturaleza contradictoria es la que nos hace crecer. La que nos hace abrir un abanico de posibilidades en cada nuevo paso.

Cuestionarnos todo, hasta nuestro propio destino: es el único camino hacia la felicidad.

Cuando no nos cuestionamos nada,
todo es neutro
como en un eclipse de sentimientos.

Cuestionar nuestro presente

Cuando nos cuestionamos llegamos a la incertidumbre, y desde la incertidumbre podemos saber quienes somos realmente.

Nunca nos debemos comparar, ni ser reflejo de nada.

Los reflejos
son imágenes
que mueren tras el cristal.

Cuando comparamos, simplemente juzgamos. Y, el proceso para juzgar es buscar en la memoria.

Nuestra memoria está henchida de tabúes, y de perjuicios. Es por ello, que debemos ser creadores objetivos de la memoria. Nunca debemos poseer una memoria selectiva, debemos ser capaces de vivir con el dolor constructivo de la memoria.

Cuando realmente sabemos quienes somos, podemos ocupar nuestro lugar en el mundo para así dibujar nuestro propio destino.

La felicidad es saber quien eres

Érase una vez en un bosque que habitaba un ser que no sabía quién era.

Se pasaba el día comportándose como sus habitantes cercanos, ya que era muy joven y buscaba simplemente seres semejantes. Pero, por más que observaba, no encontraba a nadie parecido a él.

Una vez creyó que era una rosa que nunca crecía.

Es por ello, que preguntaba a la rosa el porqué de no oler como ella.

La rosa con su delicada figura le decía que tenía que concentrarse, y así el perfume llegaría antes o después a su cuerpo.

Se concentró durante semanas, pero nada, el aroma a rosa nunca emanó de su cuerpo.

Desistió de ser rosa, así que siguió observando y esperando en la inerme paz del bosque.

Cansado de esperar, le preguntó a un manzano el porqué él no daba frutos. El manzano le dijo que debería aguardar a la primavera, y de él nacerían manzanas.

Llegó la primavera, pero nada nacía de él. Nada brotaba de él.

Empezaba a sentirse un ser inútil, mientras contemplaba al resto del paisaje con infantil asombro.

Hasta que una noche, se posó en él un búho. El búho era un ser sabio y grácilmente longevo. Éste, observó como lloraba. Tras pasar un buen rato, y después de que se calmara, con su excelsa inteligencia, le preguntó qué le pasaba.

Le dijo lo que le ocurría. Y, en la más inédita oscuridad, el búho: le mostró que era un roble.

Su destino no era oler como una rosa, ni dar manzanas como frutos. Era crecer fuerte y majestuoso. Proporcionar armonía y belleza al paisaje. Y, además, proporcionar el refugio de la sombra a otros seres.

El búho antes de despegar en su vuelo, también le confesó que daría frutos.

“Nuestro potencial siempre permanecerá oculto, hasta que un día dejemos de compararnos con un presente detenido”.

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